Edulcorantes artificiales: ¿peores que el azúcar? ¿son seguros?

ANDREA CALDERÓN
Junta directiva de la SEDCA (Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación)
Profesora del Departamento de Farmacia y Nutrición de la Universidad Europea de Madrid.


Actualmente existe una percepción generalizada muy negativa con respecto al empleo de edulcorantes en sustitución del azúcar. En los últimos años se ha fomentado cada vez más la necesidad de reducir la ingesta de azúcares libres o añadidos, específicamente en España donde estudios reflejan que el consumo medio triplica o cuadruplica la ingesta máxima recomendada por la OMS (en torno a 20-25 gramos totales al día)1.

Es a raíz de esto, que la población más que nunca mostró interés en la búsqueda de sustitutos que consideraban mejor opción, como azúcar moreno, panela y miel; o aditivos edulcorantes artificiales acalóricos como la sacarina o la estevia. Estos últimos pueden adquirirse como endulzante, o pueden formar parte de productos dulces normalmente etiquetados con declaraciones nutricionales como “0% azúcar” o “Sin azúcares añadidos”. Su inclusión puede comprobarse en la lista de ingredientes, ya sea con su nombre o con su nomenclatura como aditivo que comenzará con E-9XX, siendo XX los distintos números que designan a cada edulcorante específico.

La polémica sobre los edulcorantes se acrecentó el año pasado cuando la OMS publicó un informe exhaustivo sobre sus efectos en la salud basado en una revisión sistemática2. Este informe se enfocó en edulcorantes como el acesulfamo K, aspartamo, advantamo, neotamo, sacarina, sucralosa, ciclamatos, estevia y sus derivados. La conclusión principal fue que el consumo regular de edulcorantes no mejoraba significativamente parámetros como la grasa corporal, ni tampoco a nivel cardiometabólico, dos de los aspectos más destacados en su consumo. De hecho, algunos estudios incluidos en dicho informe hallaron efectos opuestos tales como un posible aumento del riesgo cardiovascular, de diabetes tipo 2, y de otras patologías crónicas de alta prevalencia. Sin embargo, es importante destacar que no todos los edulcorantes impactan fisiológica ni metabólicamente de la misma manera, lo que impide generalizar, y subraya la necesidad de analizarlos de forma independiente.

¿Los edulcorantes son seguros? ¿Cómo se garantiza la seguridad de los edulcorantes?

El proceso para que un edulcorante sea aprobado requiere de una compleja evaluación por parte del Comité Mixto FAO/OMS de Expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA) a nivel mundial, y del organismo competente a nivel europeo que es la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria). Los edulcorantes son analizados mediante pruebas toxicológicas rigurosas y una extensa revisión científica que permita afirmar su seguridad en una ingesta que no supere la IDA (Ingesta Diaria Aceptable). Estos análisis son reevaluables cada cierto tiempo si comités de expertos o investigaciones independientes hallan resultados contradictorios o de riesgo.

La IDA establecida para cada edulcorante normalmente es muy superior a una ingesta diaria media incluso elevada, por lo que no debemos dudar de su seguridad, lo que no implica lo mismo que inocuidad para la salud a medio o largo plazo. Para contextualizar, una persona media de 70kg debería consumir el equivalente a 15-20 latas de refresco para superar la IDA de aspartamo (40mg/kg de peso/día), es decir, son dosis difícilmente alcanzables en un contexto habitual3.

Recomendaciones y riesgos del uso de los edulcorantes

El principal interrogante en relación a los edulcorantes radica en si realmente son una alternativa preferible al azúcar y similares como panela, azúcar moreno, o miel. Partiendo de la base de que eliminar el azúcar añadido de la dieta sin sustituirlo por ningún edulcorante es utópico en muchos casos, sí podemos afirmar que los edulcorantes pueden servir de ayuda en ciertas situaciones. Ahora bien, la superioridad de los edulcorantes respecto al azúcar dependerá de multitud de factores y contextos expuestos a continuación.

Los argumentos a favor de su uso fundamentalmente se centran en el abordaje de la obesidad o en la recomposición corporal. Diversas investigaciones refieren una mayor pérdida de grasa corporal al emplear edulcorantes en lugar de azúcar, lo cual tiene un sentido lógico porque se reduce el aporte energético total4. Ahora bien, ese fundamento es puramente termodinámico, pero su impacto en el peso no es tan simple, y deben profundizarse otros efectos fisiometabólicos y neurohormonales5.

Por ejemplo, mientras algunos estudios apuntan a que el consumo de edulcorantes en lugar de azúcar se relaciona con posibles aspectos positivos como un mejor control de la glucemia o de parámetros metabólicos como los triglicéridos; otros hallan efectos totalmente contrarios5,6. Incluso investigaciones concluyen que el consumo abusivo de edulcorante se podría relacionar con posibles alteraciones en la función del tejido adiposo y la respuesta neurohormonal a la saciedad5, con hiperlipidemias (colesterol o triglicéridos elevados), y hasta con efectos proinflamatorios, contraproducentes en la obesidad, que ya cursa con una inflamación crónica de bajo grado6,7,8.

Otro de los focos más investigados es el uso de edulcorantes en personas con resistencia a la insulina o Diabetes Mellitus. La evidencia refleja que podría ser una opción prometedora en el control de la glucemia y la sensibilidad a la insulina9, aunque de nuevo, no se consolida como la solución al problema, y menos si se consumen habitualmente productos procesados azucarados ahora en su versión edulcorada, perjudiciales en el abordaje de la diabetes por más razones que el endulzante.

La disparidad en los resultados depende también en gran medida de cuestiones metodológicas. La gran mayoría de estudios son observacionales en lugar de intervenciones o ensayos de calidad, por lo que no pueden establecer relaciones causa-efecto, solo asociaciones. Además, muchas investigaciones se han realizado en animales y/o condiciones controladas de laboratorio, y se extrapolan a humanos en los que la evidencia es muy limitada, o se desarrollan durante periodos de tiempo muy cortos o con dosis muy altas o improbables en la vida real.

Así mismo, no puede compararse el análisis de un consumo medio de edulcorantes en un contexto de dieta saludable, que en una dieta donde diariamente se incluyan procesados edulcorados de baja calidad nutricional. Todos estos aspectos como el estilo de vida, patologías de base, o grado de sedentarismo, deben tenerse en cuenta a la hora de recomendar el empleo de edulcorantes, y no pautarlos por el mero hecho de no aportar calorías5,6.

Por tanto, desaconsejar el consumo habitual de edulcorantes no es cuestión de seguridad, sino del impacto en la salud metabólica y hormonal, ciertamente desconocida todavía.

Otro aspecto reseñable es su impacto en la microbiota intestinal. La evidencia científica de los últimos años apunta a que algunos edulcorantes podrían alterar la microbiota en su paso por el sistema digestivo, especialmente en el caso de los polialcoholes (terminados en -ol como el eritritol o el xilitol)9. Además, si se consumen acompañados de una dieta no saludable, aumenta el riesgo de que promuevan la disbiosis intestinal o alteración de los microorganismos que habitan en el intestino. Esta es la razón por la que en productos endulzados con polialcoholes habitualmente encontramos la advertencia “Un consumo excesivo puede provocar efectos laxantes”, como en chicles y algunos dulces.

Mención especial requiere el polialcohol eritritol, ya que un estudio publicado en Nature Medicine el año pasado, atribuyó el consumo habitual de este edulcorante a un mayor riesgo de accidente cardiovascular o de sufrir coágulos10. Aunque dicho estudio fue titular en multitud de medios de comunicación, al analizarlo minuciosamente se observa que de nuevo únicamente encontró correlación, no causalidad, entre la ingesta de eritritol y las enfermedades cardiovasculares. Cabe destacar que los participantes en su mayoría eran personas enfermas o de alto riesgo, lo que podría sesgar el resultado. Una posible limitación en dicho estudio y otros similares que analizan el papel de los edulcorantes, es el fenómeno de la causalidad inversa, explicado porque las personas con obesidad o diabetes, tienen más probabilidad de elegir productos edulcorados buscando una mejora de salud o por recomendación médica; y no es por el consumo de edulcorantes que desarrollen dicha enfermedad11.

Por último, una de las preguntas más cuestionadas, ¿cuál es la mejor opción dentro de los edulcorantes disponibles? Y lo cierto es que no tiene respuesta sencilla. Actualmente ningún edulcorante tiene la supremacía, aunque algunos como el eritritol12 o la estevia13, en un consumo ocasional, se hallan bien posicionados. Cabe añadir que la estevia es vendida bajo el mensaje de “la alternativa natural” a otros edulcorantes, pero es un aditivo químico más, en concreto el E-960. Aunque procede de una planta, lo que se consume como edulcorante es el principio activo extraído “glucósido de esteviol”, y aunque eso no la hace menos recomendable, es importante aclararlo porque gracias a ese halo comercial, deriva en multitud de endulzantes en los supermercados vendidos como “Estevia”, pero que al leer la lista de ingredientes, encontramos la sorpresa de que solamente contienen en torno a un 0,5-1% estevia, y el 99-99,5% restante son otros edulcorantes como sucralosa.

Resumen y conclusiones

En general los edulcorantes se consolidan como una alternativa al azúcar en circunstancias como la obesidad o diabetes, siempre que el consumo sea con sentido común. Décadas atrás la ingesta de edulcorantes no suponía una preocupación porque no se ingerían mucho más allá de la sacarina del café. Pero en la actualidad una persona media puede ingerir o bien entre 50-100 gramos de azúcar fácilmente, o el equivalente en edulcorantes: café con edulcorante, galletas, lácteos, refrescos, batido de proteínas, cereales… edulcorados.

Ahora bien, si nos referimos a una persona sana que practique habitualmente actividad física, no requiere del uso de edulcorantes para ningún fin positivo. Si su dieta es equilibrada, incluir un refresco azucarado o edulcorado puntualmente será inocuo, por lo que la raíz del problema no será tanto el azúcar, ni menos los edulcorantes, sino el estilo de vida, el sedentarismo, y el consumo habitual y excesivo de alimentos procesados no saludables que los acompañan.

En conclusión, es acertado desaconsejar el consumo habitual de edulcorantes, pero no demonizarlos. Para un consumo ocasional y esporádico, cualquier edulcorante es seguro y puede ser una opción adecuada para reducir el consumo de azúcar. En cambio, el uso de edulcorantes diariamente no es recomendable, puesto que no tenemos estudios suficientes para asegurar su inocuidad a largo plazo en una ingesta alta, pero sí podemos considerarlos como una alternativa de transición para reducir progresivamente la ingesta de azúcar, con un objetivo final de no depender de ninguno de los dos en el día a día, y consumirlos únicamente de forma ocasional.

PUBLICACIONES


INFORME FEN-FINUT

«La leche como vehículo de salud para la población»

Revisión sistemática de la Fundación Española de Nutrición y Fundación Iberoamericana de Nutrición (2015)

Bibliografía
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2. WHO. Use of non-sugar sweeteners: WHO guideline 2023. En: Comité de Revisión de Directrices, Nutrición y Seguridad Alimentaria (NFS), editores. Organización Mundial de la Salud. Ginebra: OMS; 2023. ISBN: 978-92-4-007361-6. Disponible en: https://www.who.int/publications/i/item/9789240073616
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